jueves, 29 de diciembre de 2016

Estas instrucciones las he escrito para un trabajo de lengua en el que teníamos que hacer una revista tratando varios temas de literatura y contexto histórico del siglo XV. Así pues están ambientadas en esa época como podéis notar en la primera línea: 

Nuevas tecnologías: La brújula

Los tiempos cambian y en pleno siglo XV las nuevas tecnologías nos sorprenden a diario. La última novedad ha sido la brújula, una cajita metálica que básicamente nos señala el norte. He aquí unas breves instrucciones de cómo, cuándo y para qué usar el útil aparato:

En primer lugar se necesitará una brújula y tener un destino fijado o saber hacia qué dirección queremos avanzar, pero al mismo tiempo, no saber dónde de nuestro alrededor se encuentra dicho destino. En el caso de que cumpla el primer y segundo requisito pero no el tercero puede guardar la brújula y empezar a andar sin más dilación.

En el caso de que cumpla los tres: saque la brújula con una de las dos extremidades superiores de donde la tenga guardada (si es irremediablemente necesario puede usar las dos). A continuación, alce la brújula a una altura cómoda, más o menos formando un ángulo de 70º o 60º respecto al pecho, siempre a gusto del sujeto. Esta vez sí que es necesario hacerlo con una de las extremidades (para futuras referencias: mano) puesto que con la otra se procederá a abrir la tapa de la caja metálica. Dada la complejidad de la acción se explicará detalladamente a continuación, pero antes es procedente dar algunos avisos:
  • No se podrá averiguar la dirección sin abrir la tapa.
  • Después de abrirla no la cierre sin antes fijarse en la aguja, ese es el objetivo.
  • Cuando haya terminado y se disponga a cerrarla, no olvide ningún dedo en la zona de contacto entre la tapa y la base.
  • Espere a que la aguja se pare para fijar la dirección.



Para abrir la brújula agarre con fuerza moderada la tapa y sin soltarla levante la mano hacia arriba manteniendo la otra en la misma posición tal y como se indica en la imagen.
Una vez abierta sujete la tapa mientras la aguja gira.
Cuando se posicione estará señalando el norte, a partir de ahí y teniendo en cuenta los cuatro puntos cardinales decida la dirección a tomar una vez haya observado la brújula, para ello mire hacia abajo, a la altura de la mano. Con la práctica, este proceso se realizará de manera automática.
Suerte y buen viaje!

Atención:

  • Vuelva a cerrar la caja antes de guardarla.
  • Cuando la aguja gire espere quieto, es decir, no gire con ella.
  • Si se encuentra en lugares no despejados no siga la dirección en línea recta.
  • Su uso se puede complementar con un mapa en el caso de estar en una ciudad.

Silencio

Con la mirada en un punto indefinido entre el teclado y sus mismos ojos. Su mente lejos de allí.

Las manos, temblorosas, sobre las letras, pero sin llegar a tocar ninguna.

Su cuerpo, tenso pero recostado sobre el sillón, y la cabeza levemente inclinada hacia atrás con mirada cansada.

Y pupilas dilatadas por la falta de luz, apenas hay un foco que no parece ser suficiente para nada. 

El silencio inunda la habitación. Silencio bajo la mesa. Silencio sobre ella. 

Silencio que no existe por sí mismo, si no, y nada más que, por la falta de algo más: lo que está en su mente.

Su mente grita, allí todo es un caos que sin orden ninguno, fluye. Siente tanto... pero no hay manera de expresarlo, y sus manos no llegan a pulsar una sola tecla. Quizá las palabras se quedan cortas, insuficientes, insignificantes... la situación se podría expresar mejor con una canción, aun así prefiere el silencio.

Suspira, no puede quitárselo de la cabeza, pero ni sus labios, ni sus manos, pueden expresarlo más allá de sus pensamientos. Ni decirlo, ni escribirlo, ni siquiera pintarlo. Todo queda en su mente, y fuera, todo queda en silencio. 

Silencio bajo la mesa. Silencio sobre ella. 

Silencio.


viernes, 14 de octubre de 2016

Tiempo lineal

Últimamente veo el paso tiempo como si realmente de una línea se tratase.


Un trazado a lápiz sobre un lienzo de nada y todo. Infinito.

Línea pero no recta, con sus bucles, sus curvas... Zonas donde el lápiz casi, por querer pasar lo más rápido posible, apenas ha dejado un débil rastro. 

Otras en las que no solo ha dejado marca el grafito, si no, que pareciera querer cincelar en mi memoria determinados momentos, como si el lápiz no quisiera hacer la raya ni un milímetro más larga. O más bien, como si no desease terminar y abandonar ese trazo.

Pero la línea siempre sigue. 

Aunque a veces lo que más deseamos es que se detenga, somos conscientes de que permanecerá avanzando imperturbable, con sus altibajos y sus formas cambiantes. En otras ocasiones, directamente, lo que queremos es tener una goma y borrar de golpe una raya, sin titubeos y sin vacilación alguna. 

Hay partes que aunque las queramos borrar, si pudiésemos, lo haríamos con cuidado, despacio, esperando que alguien nos parara la mano y lo evitase.

No se puede ver el principio de la eterna línea, pero se alcanzan a ver zonas emborronadas, esas partes de nuestra vida que apenas recordamos. 

El imaginario papel tampoco es siempre liso, hasta encontramos agujeros y rotos, zonas en las que por un lado o por otro el lápiz se ha tenido que abrir paso.

Lo que no es eterno es el lápiz. Mirando hacia delante, al futuro, de lo único que tenemos certeza es que poco a poco el lápiz va siendo más pequeño. La mina puede llegar a romperse, y así, acabar la línea con un chasquido y dejando como huella un tizne. 

Últimamente veo a la línea formar el mismo dibujo, las mismas letras, las mismas palabras, los mismos nombres, recorrer el mismo trazado... hasta que me doy cuenta de que soy yo... quién sujeta el lápiz. 

lunes, 12 de septiembre de 2016

Un secreto peligroso

Relato de Irene Rodriguez (escritora colaboradora)

Aquel era el día en el que se cumplían mis seis años de arresto. Sí, en efecto, estoy en la cárcel. Antes de que me atraparan, yo trabajaba en la mafia. Mi jefe me había encomendado una misión muy importante que no logré cumplir: matar  un a conocido jeque que visitaba el país esos días. Me arrestaron, y ahora estoy cumpliendo mi condena de diez largos años que nunca llega a su fin. Ese día justamente, era día de visitas. Por supuesto, al igual que cada año en esta misma fecha, un hombre aguardaba mi llegada sentado detrás del cristal protector. Cogí lentamente el auricular y me lo pegué a la oreja. Me contaba lo de siempre, que intentara escapar, que tenían una misión urgentísima preparada… No le escuchaba, no, hasta que escuché algo que me llamó la atención, un detalle que nunca había mencionado, un detalle que provocó que me cayera de la silla. Me contó lo que el jefe tenía pensado para mí y su perfecto plan de escape. Seguidamente, pasó a explicarme qué sucedería después y todo lo que podría implicar un pequeño fallo. Una misión peligrosa, demasiado peligrosa para un tipo como yo…
Esa noche sucedió. Mi jefe no es lo que se llamaba un jefe normal y silencioso. Me pareció imposible que consiguieran entrar, sacarme de allí y salir. No me enteré de nada, pero, de repente, me encontré fuera, libre, seis años después. Y, entonces, lo vi. Era un hombre alto y corpulento al que no había visto en la vida. Conque este era el nuevo guardaespaldas del jefe. Nuestras miradas se cruzaron. Me gruñó y se fue a paso lento hacia un brillante coche negro que esperaba aparcado enfrente de la puerta. Me dijo algo que no pude oír debido al ruido de las sirenas que sonaban a nuestro alrededor, que supuse que sería un “¡Sube al coche!”, así que fui detrás de él. Condujo silenciosamente hasta un hotel cerca del centro de la ciudad. Al llegar, me llevó a una de las habitaciones y me ordenó descansar. Me tumbé en la cama y al momento caí rendido.
A la mañana siguiente, la luz del exterior que entraba por la ventana abierta de mi habitación me despertó. Abrí los ojos y me sorprendí al encontrar la cara de mi jefe junto a mí mirándome fijamente. Curvó los labios en su típica sonrisa que trataba sin éxito inspirar confianza. “¿Estás preparado?” me preguntó, tratando de ser cortés. Le miré con los ojos entornados, pero asentí lentamente. Nunca he confiado demasiado en él. Guarda un secreto que nadie conoce y por el que todos le miran con temor. Le pregunté cuál era el siguiente paso y me contó que debíamos ir al centro de la ciudad a hacer los preparativos. Me levanté de la cama, me lavé y me vestí todo lo rápido que pude. Salí al pasillo y vi una pequeña nota en el suelo. Aunque sabía que no era lo más correcto, la abrí y comencé a leerla. En ella se leía la inconfundible caligrafía de mi jefe.

 
¿Qué sería eso del millón de dólares? A nosotros no nos había comentado nada de dinero. Fui pensándolo de camino a la estación. Cuando llegué, me encontré con uno de los nuestros y me acompañó a un sótano. Allí trazamos un perfecto plan. Todo ocurriría esa noche…
       El plan era poner una bomba en la casa del presidente, algo que a la vista parecía simple pero obviamente complicado. Al parecer, el jefe y él tuvieron más de un encuentro complicado en su juventud y quería venganza. Yo acepté el trabajo porque sabía que eso me haría lograr un gran ascenso social dentro de la mafia, algo que todos ansiábamos desde que ingresábamos en ella.
      Era la hora. Pasaba yo por las enormes puertas del palacio, oculto y disfrazado de guardia junto a cinco de nuestros hombres igualmente camuflados. El jefe se las había ingeniado para esconder bombas entre nuestras ropas y como aquel día estaban de preparativos para una gran fiesta nacional, estaban todos tan ocupados como para hacer el cacheo rutinario. Qué insensatos. Yo llevaba una, la que remataría el trabajo ya comenzado por los otros. Aquel era el día, mi día, cuando podría deshacer el error del pasado, por el que creí haber perdido la confianza del jefe. El presidente saldría por la televisión ante toda la nación, momento en el que yo me colaría en su despacho y colocaría la bomba. Ya estaban montando el palco en su gran jardín trasero. El acto empezó. Me deslicé entre la guardia y logré llegar al despacho. Coloqué minuciosamente la bomba y salí todo lo rápido que pude. Segundos después, la primera bomba explotó. Se armó un gran barullo. Más explosiones siguieron a la anterior. Entonces, me arrepentí. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo podía haber llegado a este extremo? Mucha gente inocente moriría y ¿para qué? ¿Para demostrar a esa rata que tenía por jefe, que no se preocupó por mí durante seis años hasta que vio una oportunidad, que yo valía para algo? Yo no significaba nada para él. Entonces, ¿por qué me había sacado justamente a mí de la cárcel, cuando podría haber sacado a cualquier otro? Me puse nervioso y un sudor frío me recorrió la espalda. Una idea empezaba a germinar en mi cabeza, pero al momento la rechacé, preocupado por algo peor. No podría vivir con esto. Muchos podrían estar perdiendo la vida y solo por mi culpa. Ya no era simplemente matar a un presidente, según el jefe, corrupto. Para ello no era necesario poner bombas en su palacio, sino simplemente dispararle. Había algo más que no me habían contado, pero no tenía tiempo para pensar en ello. Entré en el palacio corriendo, pero ya era tarde. Sólo faltaban unos segundos para que explotara la última bomba, MI bomba. Pero tampoco me daba tiempo a salir, aunque hice un intento.
Mientras unos escombros se precipitaban hacia mí, vi a mi jefe plantado en la puerta principal, mirándome con una sonrisa de satisfacción en la cara. Se me cortó la respiración y me quedé plantado sin poder moverme, sin poder apartar mi mirada de la suya. Era yo quien iba a morir. Él sabía que mi conciencia me iba a hacer volver, pero ya sería demasiado tarde. Y, entonces, lo comprendí todo.


sábado, 20 de agosto de 2016

Las estrellas de Mirta: capítulo 6

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Capítulo 6: El cumpleaños.

Había allí, en el desván, un viejo mueble desmontado, cuyos cajones de roble habían creado para Mirta los escenarios idílicos en cada una de sus aventuras.

Cuando todavía era una enana, Mirta se dormía en ellos con su peluche preferido y compañero de aventuras. En los días más fríos su capa de superhéroe hacía la labor de manta. 

Pronto creció y ya no cabía, por mucho que se acurrucase en la caja, pero todo superhéroe necesita un buen vehículo y Mirta se fabricó el suyo. Otros días en los que no salvaba al mundo ni luchaba contra su archienemigo,  los tres cajones hacían la labor de podio, de coche, escalera... o cualquier cosa que a Mirta se le pase por la cabeza.

El día a día de Mirta cuando aún no dormía entre paredes blancas de hospital era una aventura. Mirta era considerada una persona feliz, y aún así no todo era alegría.

Había, no una, sino muchas veces en las que se sentía triste. Días que debiera resaltar la felicidad pero lo único que resaltaba era su ausencia. Días, que según se acercan, traen ilusión y deseos de que los disfrutes.

Mirta cumplía años.

Seguramente ya habréis pensado que se sentía desdichada por no recibir lo que esperaba. Aquel juguete, aquellos zapatos o ese nuevo libro que hubiesen sido buenos regalos. 

En parte tenéis razón, no la habían regalado lo que quería. Pero si pensáis que dichos presentes eran la causa del sentimiento de Mirta es que no la conocéis aún. Os equivocáis.

A su temprana edad Mirta pensaba ya en muchas cosas que el resto del mundo no se llega a percatar hasta alcanzar una edad considerable o, en algunos casos, nunca. Cuando la preguntaban que quería de regalo se ponía a pensar, pues tiempo atrás había dejado de pedir los típicos caprichos que solo se disfrutan los primeros días.

Si Mirta pedía algo era porque de verdad lo quería o realmente lo necesitaba. Si esta niña recibía un presente da por seguro que lo llevaba ansiando por un largo tiempo. Pues algo que ciertamente quieres lo esperas con paciencia el tiempo que haga falta.

Y así, tras un periodo siguiendo esta filosofía, Mirta llegó a la conclusión de qué la hacía desgraciada estos días.

Como regalo pedía lo que más quería, pero se percató de que no era nada material, nada que se pudiese comprar. Ella deseaba ante todo, los recuerdos perdidos (eso lo se yo aunque ella lo desconozca), y más conscientemente deseaba a su peluche, el cual perdió el día que se extraviaron sus memorias. Pero no lo quería como juguete, si no como su compañero en todas las locuras vividas en el desván. Mejor amigo que Elisa, había estado ahí sin miedo de viajar a un nuevo mundo o sin cansarse de escuchar tanto las locuras como las tristezas de la niña. Ahora, el día de su cumpleaños, no estaría presente. 

Otra de las cosas que Mirta se dio cuanta que necesitaba salir de allí. Libertad. Porque aunque todas las noches subiese a través de su ventana a visitarme y descubriésemos un par de estrellas más o pensásemos alguna travesura  cambiando cualquier constelación, ella sabía de buena tinta que su mundo era el que se extendía bajo la noche y que también debía explorarlo. Algo la decía que fuera del hospital encontraría lo que la faltaba, pues ahí fuera lo había perdido.

Pero esa libertad no se vendía ni en cajas ni en frascos. Y no se podía comparar con ningún regalo por muy bonito que fuese el envoltorio (aunque Mirta, por ser, era también agradecida, por lo que no hubo ningún desprecio ante lo que recibió).

Amaneció su día con esos pensamientos y sopló las velas deseando conseguir ambas cosas.

Esa noche, a su visita, estando yo de nuevo redonda y amarilla como un queso, pude darla antes de las 12 un pequeño regalo. Lo máximo que la Luna puede entregar. A cambio de su amistad la prometí que sus deseos se cumplieran, que en un futuro ella o alguien haría algo para que sucediesen. 

Por que la gente pide deseos a las estrellas fugaces sin saber, al no conocerme, que es la Luna la que los concede.



lunes, 15 de agosto de 2016

Las estrellas de Mirta: capítulo 5

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Capítulo 5: El desván.

Cada uno de nosotros tenemos un lugar al que podríamos llamar "especial". En el que nos sentimos seguros y solemos ir cuando nos invade las tristeza. También hay gente que se acomoda en ese espacio para buscar inspiración  y pensar, o al  contrario para no pensar en nada. Desde aislarse hasta encontrarse. En ese lugar es donde realmente te sientes "como en casa."

Para la mayoría de personas ese rincón esta dentro de su hogar: su habitación, un sillón, una esquina del jardín o una terraza...Y si no dentro, fuera. Para una minoría su lugar es una determinada calle,  un parque, un café... estos últimos habrán elegido el lugar más conscientemente. Quizá les traiga recuerdos de algo extraordinario, quizá iban por la rutina de antaño y llegan a sentirse realmente cómodos en dicho lugar, quizá.

Sea como fuese, hoy, Mirta me había hecho pasar una noche divertida a la par que interesante. Aunque ahora pocas cosas podía hacer, me había explicado su rutina en la pequeña habitación de hospital donde era incapaz de encontrar su hogar, por mucho que la rodeara su familia.

Lo que solía hacer cada día empezaba por despertar a la llegada del desayuno, luego acompañaba a Clara, una profe que junto con Julia, Pedro y otros niños que allí vivían les hacía las veces de maestra. Transcurrida la mañana tocaba la comida y la visita tanto de sus abuelos como, excepcionalmente, de Elisa que últimamente iba más a menudo pues, según ella misma decía: "mi mamá que ya vas mejorando y no corres peligro".

A este comentario Mirta sonreía asintiendo pero en realidad no tenía ni idea que significaba "fuera de peligro" y  a que se refería con "mejorar". ¡Ella se encontraba perfectamente! y disfrutaba de las visitas de su amiga por cortas que fuesen.

Luego solía cenar lo que le traía la misma enfermera seria y de blanco que le había traido la comida anterior y finalmente se iba a dormir y a visitarme, en lo más alto del cielo.

La novedad era que por "receta médica" su madre la había estado contando cosas, enseñándola fotos...de su antiguo hogar. Mirta no lo recordaba pues hacía más de dos años que no pasaba por allí. 

Tras dos semanas con este tratamiento se abrió una minúscula ventana. Recordaba vagamente su hogar. Más bien un lugar concreto del que antes hablábamos. Ese: su lugar especial. Ese, era el desván.
Muchos al leer esa palabra imaginaremos la típica habitación oscura, polvorienta y olvidada en el último piso. Llena de cajas y trastos viejos. Pero el desván de Mirta contaba con la ventaja de no estar lleno. De ser así no hubiese podido pasar allí tanto tiempo. Cajas si que había claro, pero apiladas en dos montones a los laterales de la amplia y luminosa sala. Y hay que añadir que para Mirta no existían las cajas viejas y los trastos sucios, solo había baúles de tesoro y enigmas por descifrar.

Mirta pasaba allí las horas muertas y  se sentía mejor que en cualquier otro lugar. Subía allí a menudo y no  precisamente para buscar inspiración para sus aventuras.

Sinceramente pienso que, conociendo a Mirta, la inspiración la buscaba a ella para reencontrarse.

martes, 14 de junio de 2016

Los etéreos: CAPÍTULO 3


Capítulo 3: Reuniones y cumpleaños ... 

Mientras Alegría tarareaba y Tristeza lloriqueaba como de costumbre, Ira no paraba de gritarles e impaciencia le metía prisa. Entretanto Sabiduría aconsejaba a Ira de que las cosas no se arreglaban así e Ignorancia no sabía ni que hacía allí ese día. Emoción no paraba de mirar hacia abajo a la tierra, donde se estaban soplado unas velas y Nostalgia en vez de mirar abajo miraba atrás, hacia atrás en el tiempo.

Los demás etéreos estaban cada uno a lo suyo, pero caben destacar a la "indudable" Duda, que tras ser obligada por Decisión a entrar ahora dudaba donde sentarse, y a Poder, que debía sentirse el jefe o el cabecilla de la reunión por que se había apropiado del mejor asiento, que era casi un trono, por sugerencia de avaricia, y miraba a los demás con Desprecio (literalmente, pues este estaba a su lado) y a sus pies se encontraba el pequeño poder.

Este deseaba poder empezar la reunión pues a eso había venido y además de poder empezar, pues había llegado todo el mundo, debía. En eso Deber le apoyaba fervientemente.

A Nosué ahora mismo le invadían varios etéreos, desde Emoción por su cumpleaños, pasando por Amor, por recientes sucesos y por Duda por otros acontecimientos varios.

Cenaron toda la familia reunida en el salón de su pequeña casa, cosa que no solía pasar de habitual. La familia de Nosué era muy normal: el padre, un hombretón grande, alto y fornido que por estas características nadie diría que Nosué era el quinto de sus seis vástagos…; la madre,  amorosa con todos,  o la mayoría de sus hijos;  y sus cinco hermanos, los cuales todos trabajaban las tierras en el campo del señor de la zona excepto Nosué y el más pequeño, ambos se libraron del duro trabajo ya que abrieron la escuela del pueblo cuando estos tenían la edad adecuada y como las cosas no iban mal, pudieron asistir a las clases que allí se daban.

Sobre la cena no hay mucho que contar, Esfuerzo no intervino más que lo justo, aunque Justicia no sé si estaría muy de acuerdo con la expresión anterior.
Tras este día todo pareció seguir su cauce pues Nosué siguió con los estudios y, por otro lado, los etéreos no habían decidido nada con su reunión, lo normal.

Aunque que no hubiesen tomado decisión alguna no quiere decir que nada ocurriese, pues como todo bien conocedor de los etéreos sabe, la mayor parte de las veces ni se enteran de que cambian las vidas de las razas que viven sin saber siquiera de la existencia de estos seres.

Y, cuando no sabes que algo existe, no puedes evitar sus consecuencias, y menos controlarles.

Continuará...


sábado, 11 de junio de 2016

Las estrellas de Mirta: capítulo 4

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Capítulo 4: Los amigos de Mirta.

El pajarito me acaba de aclarar que es una niña, y según creo eso no es ninguna especie de ave. También me ha dicho que se llama Mirta, quizá sea alguna subespecie, pero  Mirta y yo nos estamos haciendo amigas.

Ella también estaba sola, y ahora ninguna nos sentimos así, creo que nos seguiremos llevando bien mientras se siga riendo de esa forma. Me hace sentir bien.

Parece ser que Mirta ya había tenido antes otros amigos, pero al no poder salir a jugar, según me cuenta, ya no los tiene. Al menos eso la dijo Elisa, su supuesta amiga de toda la vida. Aunque Mirta, como no, no sabía de que vida había sido pues solo recordaba a Elisa en su única visita a su  pequeña cárcel hace más de un año ya.

En esto estábamos cuando un resplandor nos recordó el paso imperturbable del tiempo y Mirta tuvo que bajar por donde había venido, al igual que yo.

Mucho más tarde de este acontecimiento pude oír hablar de las antiguas amigas de Mirta. 

Mi nueva amiga era muy simpática, risueña, alegre e imaginativa (ya hemos hablado de eso...) por lo que nunca la había resultado difícil hacer amigos, ahora ya pocas oportunidades tenía de conocer a otros niños.

Resultó que la mejor amiga de Mirta si que había sigo Elisa, a la que conocía desde la guardería y nunca la había fallado. También estaban Julia y Pedro, dos gemelos de lo más simpáticos que  había compartidos muchos momentos junto a Mirta.

No era nada difícil ser amiga suya, nunca te ibas a aburrir. Un día nos invadían los OVNIs y otro viajábamos a la prehistoria... con Mirta todo era divertido y podías explorar un sinfín de mundos hasta la hora de la cena.

Continuará...

sábado, 21 de mayo de 2016

Las estrellas de Mirta: capítulo 3

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Capítulo 3: La noche que la luna se zampó las estrellas.

Antes de todo, aclarar que no me comí las estrellas literalmente, pero Mirta así lo expresó.

Ese día había sido raro desde el principio, el sol no se fue hasta que me enfadé con él. Normalmente le tenía que avisar de que ya era la hora, a veces alzaba un poco la voz para que hiciera el cambio de turno.

Pero ese día me enfadé de verdad, ese día de verano, ese día a mediados de junio.

Recuerdo que últimamente tardaba más en irse, y me empecé a mosquear pues yo estaba menos tiempo en lo alto. Sol siempre me echaba en cara su constante forma, tan redondita siempre. Me decía que yo no hacía más que cambiar, y que a las personas no las gusta eso… y yo, pues, la acabé creyendo… Estaba triste, me sentía sola pues nadie era como yo, nadie me comprendía, y lo peor: nadie me quería escuchar.

Entonces pensando eso empecé a inflarme más de lo normal (o los días que estoy redonda), cosa que medió mucha vergüenza y me puse colorada. Odiaba que me pasara esto, y me puse a llorar.

Cuando me quise dar cuenta ya estaba en lo alto y Sol me había vuelto a dejar sola en medio de la noche. En ese momento, cuando estaba tan redonda y rosada; en ese momento la vi.

Era un gran pájaro blanco, que ascendía en la noche, resplandeciente.

Paré de llorar. Si soy algo aparte de vergonzosa, es cotilla. Me picaba la curiosidad sobre la naturaleza de ese ave blanca,, pero no tuve que hacer nada para averiguarlo pues él mismo se acercó a mi con cara de estar buscando algo. ¿A mi? Pronto descubrí que no.

¿Dónde están las estrellas? Dijo el pájaro, que resultó ser un espécimen hablador.

En ese instante fue cuando me percaté de su ausencia y de que esta noche, estaba sola de verdad.

No había respondido a mi visitante cuando por la causa dicha estallé en llanto, de nuevo. La cara del pájaro (que por cierto era muy rara para serlo) cambió al verme así:

¡No te preocupes!-Me dijo intentando consolar.-¡Yo no te echo la culpa aunque estés tan regordeta!- Y soltó una risa nerviosa.

Callé, la miré, y ante mi expresión el ave se adelantó a explicar:

¡Al principio pensé que te habías comido las estrellas, pero tan agujereada como estás, si hubiese sido así, lucirías como una bola de discoteca!- Y volvió a reir.


Ese pájaro me estaba empezando a caer bien.

miércoles, 13 de abril de 2016

Poesía en un museo...

Hoy en la visita al museo antropológico, una agradable sorpresa: a disposición de todo el que lo desease había unas láminas de plástico con palabras, que superponiéndola o escribiendo en ellas tú mismo, te animaban a crear poesía y colgarla en mitad de la sala. Una frase, un verso, una palabra...

Me ha parecido curioso a la vez que divertido así que finalmente me he animado a aportar mi verso:

"Ilusiones perdidas,
desvanecidas en tu Silencio..."


Mi verso colgando en el museo
Unas cuantas de las muchas láminas que había colgadas

martes, 5 de abril de 2016

Cuando los errores ya no nos persiguen.

Para Luismi, por haber leído este relato casi más veces que yo, y descubrir cada vez algún detalle nuevo. Gracias por tu tiempo y tu atención. 

La veo. Está lloviendo. La sigo.

Ella no es consciente de ello, lo sé.

Camina lentamente, ninguna sin prisa, cabizbaja y calle arriba. 

Tras ella, camino sin ocultarme, pero sin acercarme demasiado.

La calle está vacía. Lo único que se oye es la lluvia, que le da un toque triste al momento y este se acentúa con el leve cuchicheo de las gotas al chocar contra el suelo y los tejados. Ni siquiera se aprecian sus pasos, y menos aún, los míos.

La calle está vacía. Lo único que se mueve es ella al caminar. Su pelo al ritmo y compás de una suave brisa que mece las ramas de los almendros, los cuales se han despojado de sus brotes, dejando una alfombra blanca a sus pies, que parece marcar una senda a través de un bosque urbano tan conocido por ella como por mi.

Todo está tranquilo, hasta que unas risas me sobresaltan. Un grupo de jóvenes cruza la calle y entra en lo que parece un bar. Solo alcanzo a ver un reflejo de lo que pueden ser, quizá, unas luces neón que parpadean tras la ligera cortina de agua que nos rodea.

Vuelve la calma. Miro hacia delante. Ella se ha parado. La única reacción por su parte a este instante de jaleo ha sido un reflejo de pura curiosidad. Se ha girado hacia el foco del ruido, ya disuelto, y lo único allí soy yo.

Alza su rostro mojado. Mira hacia mi, pues no hay nadie más, y la devuelvo la mirada, sin atreverme a dar un paso o siquiera moverme.

Las gotas van resbalando por su cara, en la que sus suaves facciones se muestran inexpresivas. No parece importarla y poco a poco su cara va quedando empapada, al igual que su abrigo oscuro y su pelo del mismo tono.

Ella. Ahí está. Y me está viendo.

O eso pensaba hasta que parpadea, se da la vuelta y prosigue. Inexpresiva. Sin rastro de sentimiento alguno. No lo entiendo.

¿Acaso no me reconoce?¿Porqué no me acepta? No quiero causar ningún daño. Solo…

-¡Espera!- Grito.

He estado tan cerca... No puedo perder la oportunidad. Quién sabe si será la última, antes de que me olvide para siempre. Antes de que pueda hacer algo por ella.

No parece oírme, pero no me extraño. Sigue andando hacia un destino impreciso. Tan abstracto y difuso como sus pensamientos, que no puedo interpretar.

Tras dar un par de pasos, parece dudar y frena. Me lleno de esperanza por un instante, ¿habrá llegado el momento?.

Vuelvo a equivocarme con lo que mi determinación crece y se afirma. No pienso rendirme. Ella me necesita. Lo sé.

Da la impresión de que va a seguir andando, dando esos pasos tranquilos, firmes y elegantes con los que siempre ha dejado huella en su camino. En su vida. En mi.

No lo entiendo, pero no la voy a abandonar.

¿Acaso no me reconoce?¿Porqué…? No quiero causar ningún daño. Solo la quiero ayudar. Además… No lo pienso más.

Echo a correr hacia ella.

A un par de pasos freno. He de reconocer que tengo miedo.

Me decido a cogerla del brazo. Su abrigo tiene un tacto suave y mullido, pero no tanto para lo que pasa a continuación.

¿Desconcertado? Totalmente. ¿Sobrecogido? Sin duda.

Para entender esto no se si se necesita imaginación o sencillamente estar loco. Sin entrar en mucho detalle, pues no se muy bien como describirlo, su brazo se deshizo como aire entre mis dedos y un frió resplandor con su rostro y forma se giró hacia mí, a la vez que su verdadero cuerpo daba otro paso desprendiéndose de ese reflejo totalmente y avanzando como si nada ocurriese.

-No vuelvas, es lo mejor.- Dice el espectro luminoso. Es ella. O más bien su seriedad, su tristeza y miedo. Por que su cuerpo real se aleja.

-Pero… tú, es decir, ella…yo… ¿qué ocurre? Yo debería estar allí con ella.- No se ni cómo expresarme.- ¡No entiendo nada!

La lluvia no cesa.

No. –Responde tajante.- Se que quieres ayudar, pero nos haces daño. A ella y a sus sentimientos, a mí. Duele, ¿sabes?, cada vez que te recordamos y estoy con ella, duele.

Diciendo esto se pone la mano en el pecho, sobre el corazón, y sus ojos rebosan de lágrimas que se derraman uniéndose a la lluvia.

Empiezo a entender. Pero… donde ha dejado su alegría, su valentía y su pasión por mejorar las cosas. Eran con esos sentimientos, y no con los que hablo, con los que yo podría hacer algo por ella, que no volviese a caer en el mismo hoyo, que no tropezase con la misma piedra y que si algún obstáculo se repetía lo saltásemos juntos, con los sentimientos que ella hubiese aprendido de mi. Para eso estaba. Para eso la buscaba.

Y la iba a encontrar.

Corro. La busco. La lluvia me dificulta la tarea y sus negativos pensamientos me persiguen gritando que ella no me quiere arrastrar más, que peso demasiado y que debo quedar en el pasado.

Al fin. Acurrucada y perdida, así la veo en un banco. Me siento a su lado, pero no se muy bien que hacer. La noto apagada, fría. No es la chica que yo conocía, y tengo que hacer que vuelva. Le falto yo, lo sé. Soy parte de ella.

Alza la vista. Una mirada vacía me mira como quién ve a su perseguidor. Así me ve ella.

Esos sentimientos tan perniciosos que formaban el resplandor me miran por última vez y en mi mente resuena un ¡vete! Y entran en ella de la misma forma que salieron.

No se que hacer.

-¡Hey!, estoy aquí. – Me tiembla la voz. No quiero desistir pero verla así es duro, aún sabiendo que lo puedo arreglar, pero también sabiendo que yo tengo gran parte de culpa… bueno, yo ya no puedo hacer nada, ya hice todo. Ahora depende de ella, de que me acepte. Soy parte de su pasado, sí. Pero debo ser parte de su futuro si quiere volver a ser la que era antes. Debe darse cuenta de ello, no puedo hacer nada más…¡qué impotencia siento!

¿Acaso no me reconoce? ¿Porqué? Solo la quiero ayudar. Además, yo no soy un extraño para ella. Yo soy…

Quizá…quizá sea el miedo. El que nos nubla y nos enfría. Y quizá si que pueda ayudarla a librarse de él.

La cojo de la mano. Me invade la pena que ella me transmite y no tengo fuerzas para rechazarla. Ya no. Acomete contra mi y no me resisto, me abruma. Tanta preocupación y tanto miedo…

Lloro. Y dejo que mis lágrimas ahoguen todo eso, eso que a ella la cegaba, despejándome y vaciándome de todo. Acabando con ello por fin.

Cuando siento que no puedo más, ella respira hondo, respirando la humedad de ese atardecer, y me mira apretándome la mano.

-Estas aquí.- Dice. Y por fin noto algo de alegría, o al menos alivio, en su voz. Por algo se empieza.

También hay miedo, pero es un temor valiente que se atreve a intentar cualquier cosa. Por fin sabe a lo que he venido. Y sabe que para ello me tiene que aceptar, reconocer.

Y reconocer errores nunca es fácil.

- Acéptame, - la digo.- entonces podrás aprender de mi, nunca más tropezarás con la misma piedra y si lo haces, seré tu apoyo y tu experiencia para que sepas y puedas levantarte.

Me sonríe. Ya se ha dado cuenta.

¿Acaso me reconoce? ¿Por fin? Sabe que la voy a ayudar, pues de mi lo mejor que se puede hacer es aprender. Sabe que yo no soy un extraño para ella. Yo, al fin y al cabo, soy suyo.

-Eres mi error. –Dice, y suelta una carcajada, suena tan raro.
Lloro, esta vez de alegría.

-Sí. – La respondo riendo.- Soy tu error. Todos y cada uno de ellos, literalmente.  Y te he dejado de perseguir para ayudarte a proseguir.