viernes, 14 de octubre de 2016

Tiempo lineal

Últimamente veo el paso tiempo como si realmente de una línea se tratase.


Un trazado a lápiz sobre un lienzo de nada y todo. Infinito.

Línea pero no recta, con sus bucles, sus curvas... Zonas donde el lápiz casi, por querer pasar lo más rápido posible, apenas ha dejado un débil rastro. 

Otras en las que no solo ha dejado marca el grafito, si no, que pareciera querer cincelar en mi memoria determinados momentos, como si el lápiz no quisiera hacer la raya ni un milímetro más larga. O más bien, como si no desease terminar y abandonar ese trazo.

Pero la línea siempre sigue. 

Aunque a veces lo que más deseamos es que se detenga, somos conscientes de que permanecerá avanzando imperturbable, con sus altibajos y sus formas cambiantes. En otras ocasiones, directamente, lo que queremos es tener una goma y borrar de golpe una raya, sin titubeos y sin vacilación alguna. 

Hay partes que aunque las queramos borrar, si pudiésemos, lo haríamos con cuidado, despacio, esperando que alguien nos parara la mano y lo evitase.

No se puede ver el principio de la eterna línea, pero se alcanzan a ver zonas emborronadas, esas partes de nuestra vida que apenas recordamos. 

El imaginario papel tampoco es siempre liso, hasta encontramos agujeros y rotos, zonas en las que por un lado o por otro el lápiz se ha tenido que abrir paso.

Lo que no es eterno es el lápiz. Mirando hacia delante, al futuro, de lo único que tenemos certeza es que poco a poco el lápiz va siendo más pequeño. La mina puede llegar a romperse, y así, acabar la línea con un chasquido y dejando como huella un tizne. 

Últimamente veo a la línea formar el mismo dibujo, las mismas letras, las mismas palabras, los mismos nombres, recorrer el mismo trazado... hasta que me doy cuenta de que soy yo... quién sujeta el lápiz.