sábado, 20 de agosto de 2016

Las estrellas de Mirta: capítulo 6

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Capítulo 6: El cumpleaños.

Había allí, en el desván, un viejo mueble desmontado, cuyos cajones de roble habían creado para Mirta los escenarios idílicos en cada una de sus aventuras.

Cuando todavía era una enana, Mirta se dormía en ellos con su peluche preferido y compañero de aventuras. En los días más fríos su capa de superhéroe hacía la labor de manta. 

Pronto creció y ya no cabía, por mucho que se acurrucase en la caja, pero todo superhéroe necesita un buen vehículo y Mirta se fabricó el suyo. Otros días en los que no salvaba al mundo ni luchaba contra su archienemigo,  los tres cajones hacían la labor de podio, de coche, escalera... o cualquier cosa que a Mirta se le pase por la cabeza.

El día a día de Mirta cuando aún no dormía entre paredes blancas de hospital era una aventura. Mirta era considerada una persona feliz, y aún así no todo era alegría.

Había, no una, sino muchas veces en las que se sentía triste. Días que debiera resaltar la felicidad pero lo único que resaltaba era su ausencia. Días, que según se acercan, traen ilusión y deseos de que los disfrutes.

Mirta cumplía años.

Seguramente ya habréis pensado que se sentía desdichada por no recibir lo que esperaba. Aquel juguete, aquellos zapatos o ese nuevo libro que hubiesen sido buenos regalos. 

En parte tenéis razón, no la habían regalado lo que quería. Pero si pensáis que dichos presentes eran la causa del sentimiento de Mirta es que no la conocéis aún. Os equivocáis.

A su temprana edad Mirta pensaba ya en muchas cosas que el resto del mundo no se llega a percatar hasta alcanzar una edad considerable o, en algunos casos, nunca. Cuando la preguntaban que quería de regalo se ponía a pensar, pues tiempo atrás había dejado de pedir los típicos caprichos que solo se disfrutan los primeros días.

Si Mirta pedía algo era porque de verdad lo quería o realmente lo necesitaba. Si esta niña recibía un presente da por seguro que lo llevaba ansiando por un largo tiempo. Pues algo que ciertamente quieres lo esperas con paciencia el tiempo que haga falta.

Y así, tras un periodo siguiendo esta filosofía, Mirta llegó a la conclusión de qué la hacía desgraciada estos días.

Como regalo pedía lo que más quería, pero se percató de que no era nada material, nada que se pudiese comprar. Ella deseaba ante todo, los recuerdos perdidos (eso lo se yo aunque ella lo desconozca), y más conscientemente deseaba a su peluche, el cual perdió el día que se extraviaron sus memorias. Pero no lo quería como juguete, si no como su compañero en todas las locuras vividas en el desván. Mejor amigo que Elisa, había estado ahí sin miedo de viajar a un nuevo mundo o sin cansarse de escuchar tanto las locuras como las tristezas de la niña. Ahora, el día de su cumpleaños, no estaría presente. 

Otra de las cosas que Mirta se dio cuanta que necesitaba salir de allí. Libertad. Porque aunque todas las noches subiese a través de su ventana a visitarme y descubriésemos un par de estrellas más o pensásemos alguna travesura  cambiando cualquier constelación, ella sabía de buena tinta que su mundo era el que se extendía bajo la noche y que también debía explorarlo. Algo la decía que fuera del hospital encontraría lo que la faltaba, pues ahí fuera lo había perdido.

Pero esa libertad no se vendía ni en cajas ni en frascos. Y no se podía comparar con ningún regalo por muy bonito que fuese el envoltorio (aunque Mirta, por ser, era también agradecida, por lo que no hubo ningún desprecio ante lo que recibió).

Amaneció su día con esos pensamientos y sopló las velas deseando conseguir ambas cosas.

Esa noche, a su visita, estando yo de nuevo redonda y amarilla como un queso, pude darla antes de las 12 un pequeño regalo. Lo máximo que la Luna puede entregar. A cambio de su amistad la prometí que sus deseos se cumplieran, que en un futuro ella o alguien haría algo para que sucediesen. 

Por que la gente pide deseos a las estrellas fugaces sin saber, al no conocerme, que es la Luna la que los concede.



lunes, 15 de agosto de 2016

Las estrellas de Mirta: capítulo 5

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Capítulo 5: El desván.

Cada uno de nosotros tenemos un lugar al que podríamos llamar "especial". En el que nos sentimos seguros y solemos ir cuando nos invade las tristeza. También hay gente que se acomoda en ese espacio para buscar inspiración  y pensar, o al  contrario para no pensar en nada. Desde aislarse hasta encontrarse. En ese lugar es donde realmente te sientes "como en casa."

Para la mayoría de personas ese rincón esta dentro de su hogar: su habitación, un sillón, una esquina del jardín o una terraza...Y si no dentro, fuera. Para una minoría su lugar es una determinada calle,  un parque, un café... estos últimos habrán elegido el lugar más conscientemente. Quizá les traiga recuerdos de algo extraordinario, quizá iban por la rutina de antaño y llegan a sentirse realmente cómodos en dicho lugar, quizá.

Sea como fuese, hoy, Mirta me había hecho pasar una noche divertida a la par que interesante. Aunque ahora pocas cosas podía hacer, me había explicado su rutina en la pequeña habitación de hospital donde era incapaz de encontrar su hogar, por mucho que la rodeara su familia.

Lo que solía hacer cada día empezaba por despertar a la llegada del desayuno, luego acompañaba a Clara, una profe que junto con Julia, Pedro y otros niños que allí vivían les hacía las veces de maestra. Transcurrida la mañana tocaba la comida y la visita tanto de sus abuelos como, excepcionalmente, de Elisa que últimamente iba más a menudo pues, según ella misma decía: "mi mamá que ya vas mejorando y no corres peligro".

A este comentario Mirta sonreía asintiendo pero en realidad no tenía ni idea que significaba "fuera de peligro" y  a que se refería con "mejorar". ¡Ella se encontraba perfectamente! y disfrutaba de las visitas de su amiga por cortas que fuesen.

Luego solía cenar lo que le traía la misma enfermera seria y de blanco que le había traido la comida anterior y finalmente se iba a dormir y a visitarme, en lo más alto del cielo.

La novedad era que por "receta médica" su madre la había estado contando cosas, enseñándola fotos...de su antiguo hogar. Mirta no lo recordaba pues hacía más de dos años que no pasaba por allí. 

Tras dos semanas con este tratamiento se abrió una minúscula ventana. Recordaba vagamente su hogar. Más bien un lugar concreto del que antes hablábamos. Ese: su lugar especial. Ese, era el desván.
Muchos al leer esa palabra imaginaremos la típica habitación oscura, polvorienta y olvidada en el último piso. Llena de cajas y trastos viejos. Pero el desván de Mirta contaba con la ventaja de no estar lleno. De ser así no hubiese podido pasar allí tanto tiempo. Cajas si que había claro, pero apiladas en dos montones a los laterales de la amplia y luminosa sala. Y hay que añadir que para Mirta no existían las cajas viejas y los trastos sucios, solo había baúles de tesoro y enigmas por descifrar.

Mirta pasaba allí las horas muertas y  se sentía mejor que en cualquier otro lugar. Subía allí a menudo y no  precisamente para buscar inspiración para sus aventuras.

Sinceramente pienso que, conociendo a Mirta, la inspiración la buscaba a ella para reencontrarse.