El pueblo emanaba
vida, desde el más pequeño niño hasta el anciano más sabio. Desde la más
hermosa flor hasta el más traicionero espino.
Y yo tengo envidia,
extraordinariamente siento, pero solo eso. Envidia.
Me odio por ello. Pera
más odio a las piedras, que muertas y silenciosas siguen causando daño. Odio,
no es un sentimiento. Es una certeza.
Esto no siempre fue
así, pues todo cambia. Cuando todavía formaba parte de esa vida de la que me
quería librar, pues no siempre fue alegre, yo pintaba. Me gustaba. Pintaba los
esbozos de los acantilados y las montañas, que me llamaban, y yo los acababa
plasmando en un lienzo.
Normalmente pintaba
piedras, porque todavía no las conocía. Las piedras son malas, diabólicas,
traicioneras…
Cuando terminaba un
dibujo se lo regalaba a Pluma. Era mi amiga, un almendro. Ella me escuchaba y
me comprendía. Ella era la única. Yo la regalaba bombones y entre los dos los
merendábamos cada tarde, hasta que un día, hastiadas del chocolate solo la
llevé mis pinturas. Pluma las observaba y me admiraba por ellas.
También yo la miraba
embelesado por su vida. Era robusta y bella. A finales de invierno se vestía de
blanco con un estampado de flores y dejaba sus ramas ondear al viento. La gustaba el silencio como a mi. Ahora ya
no, pues todo cambia. El silencio me oprime y me angustia. Siento envidia de lo
que no puedo recuperar, de lo que antes me quería librar.
El pueblo era tan
vivo como Pluma pero ellos me rechazaban. El sentimiento era mutuo, a ellos les
gustaba esa vida.
En las fiestas todos
estaban alegres, todos menos uno. Todos menos yo.
En estas
celebraciones venía una feria al pueblo. No me gustan los payasos. Cuando les
intentaba pintar eran tristes y si los dibujaba una sonrisa parecían
siniestros. Como las piedras. Las piedras son malas, diabólicas, traicioneras,
pero…
También había
conciertos de música que rompían el silencio que antes me gustaba. Cuando estos
venía yo me iba a los montes y a su silencio, con las piedras que yo creía
amigas y me traicionaron.
Desde allí arriba
pintaba el pueblo. Pero no como era, sino como me gustaría que fuera. Yo solo
pintaba las casas, de piedra muerta, y si me encontraba de buen humor, pintaba
a Pluma. Su vida si me gustaba.
Como todo cambia mi
existencia cambió. Las piedras ayudaron a ello.
Las piedras…son
malas, diabólicas, traicioneras… pero, al menos…
Querida Pluma:
Siento no poder ir hoy a enseñarte mi último dibujo. Quería sorprenderte
y dibujar algo nuevo.
Quería enseñarte mi lugar favorito después de tu pradera. Es
el acantilado, mi refugio ante la vida que me rodea.
Fui con mi carro lleno de lienzos vacíos, pinturas y colores
grises dispuesto a pintar. No pude. Las piedras me lo impidieron.
Buscaba el lugar idóneo para plasmar todos sus recodos y sus
grietas. No lo conseguí. Sus piedras me lo impidieron.
Me arrastraron al vacío y caí con ellas. Ellas están muertas y
me envidiaban. Yo las dibujaba ellas me traicionaron.
Lo siento querida Pluma, espero que me eches de menos. Lo
siento porque cuando caía me sentí feliz, pues abandonada la vida que había
odiado. Esa vida que tienes tu y que ahora, más que nunca, te envidio.
Por culpa de las piedras amo la vida y por ellas la perdí. Las
piedras son malas, diabólicas, traicioneras, pero al menos lo son.
Adiós querida Pluma.
Yo, ya no soy nada.
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