lunes, 8 de febrero de 2016

Pero, al menos, lo son.

El pueblo emanaba vida, desde el más pequeño niño hasta el anciano más sabio. Desde la más hermosa flor hasta el más traicionero espino.
Y yo tengo envidia, extraordinariamente siento, pero solo eso. Envidia.
Me odio por ello. Pera más odio a las piedras, que muertas y silenciosas siguen causando daño. Odio, no es un sentimiento. Es una certeza.
Esto no siempre fue así, pues todo cambia. Cuando todavía formaba parte de esa vida de la que me quería librar, pues no siempre fue alegre, yo pintaba. Me gustaba. Pintaba los esbozos de los acantilados y las montañas, que me llamaban, y yo los acababa plasmando en un lienzo.
Normalmente pintaba piedras, porque todavía no las conocía. Las piedras son malas, diabólicas, traicioneras…
Cuando terminaba un dibujo se lo regalaba a Pluma. Era mi amiga, un almendro. Ella me escuchaba y me comprendía. Ella era la única. Yo la regalaba bombones y entre los dos los merendábamos cada tarde, hasta que un día, hastiadas del chocolate solo la llevé mis pinturas. Pluma las observaba y me admiraba por ellas.
También yo la miraba embelesado por su vida. Era robusta y bella. A finales de invierno se vestía de blanco con un estampado de flores y dejaba sus ramas ondear al viento.  La gustaba el silencio como a mi. Ahora ya no, pues todo cambia. El silencio me oprime y me angustia. Siento envidia de lo que no puedo recuperar, de lo que antes me quería librar.
El pueblo era tan vivo como Pluma pero ellos me rechazaban. El sentimiento era mutuo, a ellos les gustaba esa vida.
En las fiestas todos estaban alegres, todos menos uno. Todos menos yo.
En estas celebraciones venía una feria al pueblo. No me gustan los payasos. Cuando les intentaba pintar eran tristes y si los dibujaba una sonrisa parecían siniestros. Como las piedras. Las piedras son malas, diabólicas, traicioneras, pero…
También había conciertos de música que rompían el silencio que antes me gustaba. Cuando estos venía yo me iba a los montes y a su silencio, con las piedras que yo creía amigas y me traicionaron.
Desde allí arriba pintaba el pueblo. Pero no como era, sino como me gustaría que fuera. Yo solo pintaba las casas, de piedra muerta, y si me encontraba de buen humor, pintaba a Pluma. Su vida si me gustaba.
Como todo cambia mi existencia cambió. Las piedras ayudaron a ello.
Las piedras…son malas, diabólicas, traicioneras… pero, al menos…
Querida Pluma:
Siento no poder ir hoy a enseñarte mi último dibujo. Quería sorprenderte y dibujar algo nuevo.
Quería enseñarte mi lugar favorito después de tu pradera. Es el acantilado, mi refugio ante la vida que me rodea.
Fui con mi carro lleno de lienzos vacíos, pinturas y colores grises dispuesto a pintar. No pude. Las piedras me lo impidieron.
Buscaba el lugar idóneo para plasmar todos sus recodos y sus grietas. No lo conseguí. Sus piedras me lo impidieron. 
Me arrastraron al vacío y caí con ellas. Ellas están muertas y me envidiaban. Yo las dibujaba ellas me traicionaron.
Lo siento querida Pluma, espero que me eches de menos. Lo siento porque cuando caía me sentí feliz, pues abandonada la vida que había odiado. Esa vida que tienes tu y que ahora, más que nunca, te envidio.
Por culpa de las piedras amo la vida y por ellas la perdí. Las piedras son malas, diabólicas, traicioneras, pero al menos lo son.
Adiós querida Pluma.

Yo, ya no soy nada.

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